la metralla de entonces,
las cartas como ráfagas
de tu tiempo en la cárcel
y reconozco voces
como cristales rotos
que ocupan los rincones
donde el tiempo resbala.
Quiero que nos devuelvan
algo de aquel tiempo,
entrar a un probador luminiscente
en plena planta joven
y calzarme una chupa
que reviva el milagro
de mis catorce años
y en ti sugiera
la añorada indolencia
que anoche proclamabas.
Luego, con las rodillas
llenas de mataduras
y algún ganglio en el cuello,
marchar de vacaciones a dar tumbos
por un verano eterno
concurrido de rosales y amigos
y comer berberechos con aquella salsita
y echarnos en tumbona,
untado todo el cuerpo
con bálsamo de coco.
Y ya no volvería a resentirme
del antiguo dolor de la metralla.
Y tú tampoco.
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